Las organizaciones son sistemas abiertos que están relacionadas e influenciadas por el entorno que las rodea. Con la evolución de la cultura este entorno se transformó en global, condición que hace que se multipliquen las oportunidades y amenazas que debe enfrentar cada organización.
Bajo la premisa anterior el entorno siempre es cambiante, por tanto si una organización desea permanecer como tal, necesariamente deberá adaptarse, o bien impulsar el cambio planeado. Para lograr cambios exitosos, los impulsores del proceso deben ser líderes capaces de visualizar el futuro, definir correctamente los objetivos y, por sobre todo, ser seguidos por el resto de la organización. Esto nos lleva a que el proceso de cambio debe ser conducido de forma tal, que sus integrantes sientan sin ellos la transformación no ocurre. Por tanto, las reacciones de oposición detectadas en un inicio deben ser transformadas en conductas de colaboración que culmine con el compromiso; y la herramienta para lograrlo es un exhaustivo trabajo de comunicación y de enseñar a la gente a enfrentar con éxito el cambio.
La forma de cómo los integrantes perciban y participen activamente del cambio dependerá de la cultura que tenga la organización. Por tanto, aquellos valores, costumbres, sentimientos (y todos los elementos superiores e inferiores de la cultura), deben ser forjados y conducidos por los lideres de una organización hacia una postura proclive al cambio.